No hay circunstancias que me lleven a esta parada o puede que abandono, aún no lo sé. Pero sí que hay razones, tres o cuatro:
La principal es que este blog lo creé con la intención de hacer una narración personal de vida e inquietudes que he ido abandonando por pudor.
La segunda es que he pasado en su lugar a mostrar mi trabajo fotográfico casi en exclusiva, pero necesito dejar de mostrar lo que hago para concentrarme en hacerlo.
La tercera es que no me siento libre en mi trabajo y aún no sé por qué, así que pelearé con esta falta de libertad a solas.
He navegado hasta este post 500 en viaje de ida. Si me dispongo a regresar hasta el cero será con nuevas naves, porque estas las estoy quemando en este momento.
Recién pasado el 45 hay una señora rechoncha que camina hacia la izquierda mientras se limpia los mocos con la manga. Unos pasos más allá la entrada luminosa de un supermercado y en ella un anciano que parece esperar. A eso le sigue un parque oscuro, árboles ralos, un chico caminando más allá de unos setos, otros, ancianos, parados y hablando, tal vez discutiendo.
Por el lado del 47 sigue un solar tapiado, forrado de carteles en los que se lee «nos dejan sin futuro» y «14N» una y otra vez. Una mujer y una niña a su lado y junto a la esquina donde termina la tapia dos niños con tres adultos en dos grupos, tras los que, al girar, se ve como sigue la tapia en perspectiva con 14 enes una y otra vez, para terminar, elevándose sobre ellos un cartel de un futbolista vendiendo ropa para el Corte Inglés.
Es cierto: no hay fin, pero es obligado que lo haya. Como en Every Building on the Sunset Strip de Ruscha, o en el emaki japonés. En esto ando.
Sopla las velas para apagar la vieja alma. Reestructúrate, renace, vuelve a empezar, decide si irás mar adentro o veras a los surfistas desde la arena. Lo que no te limpia, te ensucia.
Tenía cuarenta años y un día cuando tomé esta imagen. Me sentía en el medio inestable que existe entre el principio y el fin. Ahora la imagen me escupe símbolos.